“El discurso vacío”

moreiraPor la senadora Constanza Moreira

El discurso vacío. Es el título de uno de los maravillosos libros de Mario Levrero. Lo empleo aquí para hablar de los discursos “de la oposición”, procurando comprender qué proponen, cuál es su “proyecto país”, cuál es su visión del mundo, y especialmente, qué harían en caso de ganar las elecciones. Vayamos por partes.

En primer lugar, la oposición promete dejar al FA sin mayoría parlamentaria. Dejar a un gobierno sin mayorías parlamentarias es, como mínimo, una temeridad democrática. Todos los gobiernos necesitan mayorías parlamentarias para gobernar, y las construyen de un modo u otro. Pretender privar a un gobierno de tales mayorías, es dejarlo sin gobernabilidad. Y dejarlo sin gobernabilidad es prometer un poco de inestabilidad política. Pero eso no se puede decir, claro está: ningún partido de la oposición admitiría que en definitiva, lo que está ofreciendo, deliberadamente o no, es ingobernabilidad e inestabilidad política.

A su vez, la oposición reclama bajar impuestos y tarifas, reducir el gasto público y “flexibilizar” la política salarial. Si se bajan impuestos se reduce el gasto público, y si se reduce el gasto público, muchas políticas públicas quedarán sin sustento. ¿Cuáles? ¿La seguridad, la educación, la salud, la defensa nacional? La oposición no dicen cuáles. Es la pura promesa de que podemos tener un país seguro y educado, pero sin gastar más en seguridad y educación. ¿Cómo se logrará eso?

Al mismo tiempo, la “flexibilización” de los consejos de salarios tendrá como resultado, inevitable, un ajuste salarial. Y, obviamente, un aumento de la desigualdad. Castigará a los más pobres y a los menos educados. Pero eso no se puede decir. El resultado de una buena lectura del discurso económico de la oposición es: “vendrá el ajuste”. El “viejo y querido” ajuste. Pero eso no se puede decir. La gente no ha olvidado cómo los cinturones de las clases medias y los trabajadores se apretaban cada vez más. Ese fue el precio que pagamos por unas políticas económicas a las que la oposición quiere volver. Pero nadie quiere volver. Y ellos no dirán: “haremos un ajuste tan pronto entremos”, porque eso amedranta a los electores, y nadie quiere perder votos. Entonces el discurso se disfraza, se camufla, se vuelve vacío y sin sentido.

Otro discurso vacío, el más vacío de todos tal vez, es el de la seguridad ciudadana. La oposición no tiene la menor idea de qué hacer con la seguridad, porque casi todo lo que había para hacerse ya se ha hecho, empezado o muchas veces, culminado. Se puede mejorar el desempeño policial, incrementar penas, gastar dinerales en cámaras de videovigilancia y patrullar toda la ciudad día y noche. Sí, se pueden gastar más y más puntos del PBI en seguridad, pero las sociedades seguras son las sociedades integradas e igualitarias, y no las hipervigiladas. Ese sigue siendo, el verdadero desafío. Cualquier sociólogo medianamente informado se los diría.

Y la principal inseguridad, la inseguridad económica, la enfrentaron mejor los gobiernos frentistas que los gobiernos blancos y colorados que llevaron al país cabalgando de crisis en crisis durante los anteriores cincuenta años. ¿Qué pueden decir entonces sobre eso? Nada. Gestos, sólo gestos. Nombrar una Ministra del riñón del equipo de gobierno, que es joven, y mujer. Un gesto. En medio de un discurso vacío.

El discurso sobre la educación se asemeja al ruido del tránsito en la mañana. Todos hablan de la educación: nada se saca en limpio. En todo caso, la única fuerza política capaz de abordar este tema tan complejo, es la izquierda. Porque hace tiempo que blancos y colorados perdieron autoridad moral entre los profesores, los estudiantes, los gremios, y los pedagogos ¿Qué diría la oposición si de verdad expresaran con sinceridad sus ideas? ¿Que los profesores no deben integrar el gobierno de la educación porque los partidos políticos saben más que ellos? ¿Que la educación privada debería abrirse campo allí donde la pública no funciona? No, la oposición no tiene nada para ofrecer, ningún cambio creíble.

La más espectacular perversión del sentido de la política es la idea de que la “única ideología” es la de la “buena gestión”. Como si los problemas del país fueran del tenor de la administración de una empresa. Como si hubiera un “buen modo” de gestionar universal, que bien aplicado, lo resuelve todo. Y como si ellos, tan sólo ellos, fueran el ejemplo de una “buena gestión”. Pero no, no lo son. Blancos y colorados fracasaron durante décadas, en todos sus intentos de reforma. Intentaron reformar la salud y fracasaron. Intentaron reformar la educación y fracasaron. Intentaron reformar el Estado y fracasaron. Y fracasaron en buena medida, por no creer ni en el Estado, ni en la salud, ni en la educación. Fracasaron por no creer en el país, ni en sus recursos humanos, ni en sus sindicatos, ni en sus educadores, ni en sus estudiantes. Y le transmitieron al Uruguay, el desánimo sobre sí mismo, durante decenios.

Luego vino el Frente, la gran ilusión. Mejoró la economía, aumentó los derechos, redistribuyó poder, transformó muchas cosas de la sociedad uruguaya. Y puso en marcha al país.

El discurso vacío, la campaña de los puros gestos, es hoy el recordatorio de una verdad muy simple: hace mucho, mucho tiempo, que los blancos y los colorados dejaron de tener algún proyecto para un país en el que poco creen. Lo único que está en juego en la campaña es la continuidad (o no) del proyecto del Frente Amplio. Mejorable, transformable, cuestionable, es el único proyecto que existe en el país. Y sobre él discutimos día y noche. La oposición no tiene proyecto, y lo sabe. Por eso su discurso es el discurso vacío.