En una colaboración remitida a Correo de Punta del Este, uno de los descendientes de Honorio Grieco, recordado comerciante de la zona céntrica carolina, asegura que su ancestro fue el inventor de lo que hoy se conoce como helado de dulce de leche. El aporte gastronómico se habría producido en el año 1929, cuando San Carlos era una próspera ciudad poblada por ricos hacendados. Según el relato del descendiente, el helado se popularizó muy pronto en la zona y fue rápidamente exportado a Punta del Este y, por su intermedio a Buenos Aires. A continuación se reproduce textualmente la narración sobre el origen del hoy consagrado postre veraniego.
La época
1929 fue un año de gran auge automotriz que parió otro célebre “Ford A” y una crisis económica que ponía fin a la locura derrochona de los años veinte.
Uruguay ausente a los avatares, navegaba en la inercia de los beneficios de la primera guerra, se preparaba para albergar el primer campeonato de fútbol, proyectando y construyendo en tiempo récord el principal escenario deportivo.
Punta del Este continuaba su desarrollo con aires europeos, donde el refinamiento y aspecto se asociaban con nombres como Biarritz, British House, Cigale, etc. El yodo y el salitre nobles y saludables motivos para aterrizar en estos hermosos parajes.
Maldonado y San Carlos observaban incrédulos aquel fenómeno en auge y se beneficiaban de distintas maneras. San Carlos, más pujante y con base rural daba estabilidad y solidez a su conservadora economía.
La plaza pública principal nucleaba los emblemas de aquella comunidad: la Iglesia, en el lado opuesto la “Sociedad Unión”, en una de las esquinas el Banco República y en otra, casi en diagonal con el biógrafo, la “Confitería Grieco”, fundada por hijos de un inmigrante italiano de Vietri Di Potenza, zapatero y masón, fue centro de reunión y tertulia en un ambiente perfumado por el aroma a café recién molido, a repostería y a partir de la primavera, de los apetecidos helados.
Honorio Grieco, de aspecto gigante y bonachón era el artífice de aquellos manjares que generosamente servía, sobre todo a los más pequeños. A su inventiva y talento la empresa agregaba la tecnología de las modernas Frigidaire.
El prestigio y fama de aquellas delicias no demoró en trasladarse a otras zonas del departamento. Dicho lugar era parada obligada para viajeros hacia y desde el este, incluyendo varias celebridades de la época.
La Punta del Este no fue la excepción y para allí también marchaban los helados carolinos a hoteles y restaurantes, conservados en termos donde la sal gruesa mantenía las bajas temperaturas.
No faltó un argentino que advirtiera que aquellos productos tendrían gran aceptación en Buenos Aires y contactó a Honorio para instalarse allí, intentando entusiasmarlo con ofertas tentadoras.
Honorio terminó persuadido por su hermano Humberto, quien le hacía ver que aquello en San Carlos también le pertenecía y era donde debía permanecer.
Así la aventura de cruzar el Plata quedó trunca, en parte.
Dulce agasajo
A poco de su matrimonio con Ignacia Nieves, ésta queda embarazada y en ocasión del cumpleaños de Honorio, éste la agasaja con un flamante postre, fruto del amor por su esposa encinta.
La creatividad latente en su mente y manos en materia de postres helados, generaba año a año algún sabor diferente para deleite de familia, amigos y clientes.
Ese 30 de setiembre de 1929, lo que procedió aquel almuerzo familiar de cumpleaños fue el flamante helado bautizado originalmente entrecasa como “Manjar de amor”, y que luego su hermana Adelina le sacara pomposidad y dejara simplemente en “helado de dulce de leche”.
El éxito al probarlo fue inmediato y lo mismo al adoptarlo en la lista para comenzar a comercializarlo.
Cabe recordar y reconocer el gesto de gratitud hacia aquel argentino amigo de Horacio Parravicini, por la invitación y ofrecimiento, cuando Honorio le obsequió la receta de aquel helado que lo sedujo, sacada de su cuaderno de fórmulas de tapas negras.
El olfato del empresario contribuyó a que hoy sea ampliamente conocido y preferido, como un clásico, ya sea solo, con cerezas, ralladura de chocolate, avellana o nuez. Lo cierto y justo es recordar el origen en aquella San Carlos pujante y benemérita, como el de una bella poesía inspirada en el amor y el ingenio.