
En muy poco tiempo, años contados con los dedos de cada mano, buena parte del mundo del graffiti pasó de expresar su arte mediante hechos vandálicos a recuperar los espacios públicos afectados por la misma actividad de los transgresores artistas callejeros que intervienen aerosol o pincel en mano y casi a la carrera.
“Todo ese cambio se dio en menos de diez años y por algunos actores particulares a nivel mundial que hicieron que buena parte de los grafiteros pasaran del divertimiento y del juego en la calle a trabajar en proyectos de gran escala”, explica Franco Fasoli, quien encabeza la lista de veinticinco artistas callejeros más importantes del mundo según el influyente portal noticioso The Huffington Post. Fasoli se encuentra por estos días en el balneario invitado por las responsables del Distrito de Arte Urbano de Punta del Este, una iniciativa privada que apunta a recuperar los edificios actualmente sin uso que han sido afectados por el paso del tiempo y los actos vandálicos.
Distrito de Arte Urbano de Punta del Este logró el concurso de los propietarios del complejo del excine Concorde ubicado al final de la avenida Gorlero, edificio que por estas horas es intervenido por Fasoli. El grupo cuenta con el apoyo del Municipio de Punta del Este, de la Dirección General de Turismo de la IMM, del Banco Itaú y del consulado argentino en Maldonado.
La identidad
El artista trepado en un escalera interviene la fachada sur del edificio a partir del dibujo de dos gigantescos minotauros. “Trabajo mucho sobre la identidad latinoamericana y del lugar donde resido. En este caso, más que un minotauro el trabajo es una mezcla de muchas situaciones referentes a mí, a mi infancia en el Uruguay. Sentimientos que tengo sobre el Uruguay y la Argentina”, dijo Fasoli.
“El tema recurrente en mi obra lo conforman las contradicciones que existen en la sociedad argentina. Por eso presto atención sobre la cultura barrabrava a la que mezclo con otros rituales violentos que puede haber en otros lugares del continente. Es como una mezcla de muchas identidades. Considero a la violencia como un pilar de la sociedad latinoamericana. En algún lado es más fuerte que en otros. A mi juicio, la porteña es una sociedad violenta, es cotidiana y que está muy vinculada en nuestra forma de ser. Lo que ocurre en torno del fútbol, por ejemplo, es el ADN de la cultura porteña”, explicó.
“Mezclo muchas cosas que son parte de mi identidad. Las relaciono un poco con la búsqueda de la identidad del movimiento al que pertenezco. En el que un principio empleábamos identidades falsas, no dejábamos que nos vieran la cara o estábamos perseguidos. Todo el día escondidos utilizando sobrenombre cuando un artista trabaja sobre su nombre y en la búsqueda de esa identidad. Uso muchos animales, iconografias para representar toda esa busqueda. De ahí salen estas criaturas. En este caso este mural es de los más grandes. El más grande fue en Turquía, ancho como este del cine Concorde pero de cinco pisos de altura”, graficó Jaz.
Se va la segunda
Lo que ocurre por estas horas en el ex cine Concorde, es la segunda intervención que este grupo lleva adelante en los últimos meses. El primero fue realizado por el artista español David de la Mano en el exhotel Palace, el primer complejo hotelero de Punta del Este, que se encuentra cerrado y con perspectivas de demolición. La propuesta de este grupo apunta a convertir el sector antiguo de la península en un gran paseo urbano.
Fasoli, conocido en el mundo del arte por su apodo Jaz, nació en el seno de una familia porteña cuyos integrantes descollaron en diversos ámbitos de la vida artística del vecino país. Entre sus parientes directos e indirectos hay todo tipo de artistas, desde músicos, actores, escultores y pintores. Su familia fue una suerte de escuela de arte. “Me metieron en una escuela de arte desde chico. Cuando era pequeño no quería ser artista como lo fue mi abuelo”, recuerda. Su formación en la plástica le permitió tirarse de lleno a la actividad de los graffitis. “El graffiti tiene ese plus que es la adrenalina, del adolescente que se hace el loco y sale corriendo cuando lo descubren. Eso coincidió con que en Argentina no pasaba nada. El graffiti no existía tal como lo conocemos ahora. Obvio que estaba la pintada política, el ‘aguante Boca’ pero no había nada graffiti, menos del arte de la generación que nos criamos andando en skate, de los videojuegos. A los catorce años para mi fue todo un mundo para explorar. No había información. Menos internet. Todo era boca a boca. No había materiales”, afirmó.
Los años fueron pasando para el joven Franco quien, de pronto, comenzó a valorar la instrucción recibida de sus profesores y familiares. “Comencé a valorar lo que aprendí de chico lo que despertó el artista que tenía adentro, de dejar la rebeldía de lado y dedicarme de lleno al arte”, añadió.
El espacio público
El quiebre en la vida del artista se produjo cuando viajó por primera vez para dirigirse a Europa. “Fue con la pretensión de trabajar en escenografia, mi actividad durante muchos años en varios teatros de mi ciudad. Además, el viaje me permitió vincularme y estrechar vínculos con el movimiento del graffiti, sobre todo en Barcelona, que fue, entre el 2000 y el 2005 una de las capitales mundiales de un nuevo movimiento que se estaba dando. Era una especie de postgraffiti, de postmuralismo. Hoy día conocido como arte urbano o districtart. Esta iniciativa que mezcla muchos artistas plástico con un trasfondo más grafitero”, explicó.
-En tu caso tu vida de artista fue evolucionando al mismo tiempo que lo hacía la actividad del graffiti.
-Se dio de forma paralela porque lo viví día a día. Hoy día lo sigo viviendo.
-Como que tu vida y el graffiti se fueron retroalimentando uno del otro.
-Fue así. La pretensión de trabajar en el espacio público fue de siempre. Al mismo tiempo fue evolucionado. En mi caso me dio nuevas herramientas. Obviamente, la profesionalización se dio porque todo el movimiento cambió. Era un movimiento que buscaba ser contracultural, pero que terminó siendo absorbido por el sistema del mundo del arte. Nosotros caímos para el mismo lado. Nuestro movimiento se transformó en una especie de caballito de batalla de lo que se conoce como gentrificación (NdE: Proceso por el cual personas con mayor poder adquisitivo llevan adelante la transformación urbana de un barrio o sector deteriorado desplazando a la población original). Al mismo tiempo siempre nos consideramos anti-gentrificación porque trabajamos de una manera ilegal o sin la pretensión de trabajar en el circuito establecido. Esa es fue la filosofía en un conocimiento. Hoy día es tan mainstream que es ridículo. Nosotros mismos nos encontramos en esa contradicción, en esa disyuntiva de cómo nosotros trabajamos y de cómo después el contexto lo hacen otros. Para nosotros es una contradicción, la gran mayoría reflexionamos sobre cuál es nuestra postura, nuestro aporte. Nos sobrepasó.
-¿Sobrevive alguna pieza tuya en la calle de tus primeros trabajos?
-Lo más viejo no tiene más de cinco años. Es la nada. Aunque para un graffiti es mucho tiempo. En Buenos Aires durante mucho tiempo no había tanto. Lo que uno pintaba podía perdurar durante muchos años. En este momento hay una explosión monstruosa en la que no dura absolutamente nada. No hay ningún tipo de código o de respeto por la obra de los demás.
-¿No existe un código de respeto entre los grafiteros en no intervenir la obra de otro?
-Existía. O existe en otros lados. En Argentina no. Pasamos de ser unos pocos que se contaban con los dedos de una mano a una enorme cantidad. Después hay peleas por los espacios. Pasás a ser competidor de la publicidad. Muchas marcas lo han usado.
-¿Y en ese escenario qué se destaca?
-Hay de todo. Es como una vorágine. También mucha perspectiva. Están los que son completamente puristas y vandalistas. Que lo único que le interesa es actuar como en un principio. Hay una especie de repulsión a nivel mundial, natural, en todas las ciudades donde estuve de todos los que trabajamos en los espacios públicos. De unos contra otros.
-¿Por ejemplo?
-Un buen ejemplo es Brasil. En Sao Paulo hay muchos estratos del mismo movimiento. Están los más, más bajos que se consideran como los “pilladores” que son esas letras muy rúnicas con edificios enteros pintados así. Es gente de la favela muy pesada. Después están los grafiteros normales de clase media que le gusta hacer su firma. Después tenemos artistas como “Os Gemeos”, tipos que cobran miles de dólares. Y todos conviven por el espacio público. Entre sí no se pueden ni ver, ni tolerar.
-¿Cómo va a evolucionar el arte del graffiti?
-Hay varios ejemplos de cómo evolucionaron algunos artistas para tener un panorama general. La tendencia la dan un poco los artistas de forma individual y por grupos de ellos. Sucede que una vez que un artista trasciende se diluye de forma rápida. Entre otras cosas porque se terminan integrando al circuito tradicional del arte. La mayoría enfrenta esa disyuntiva de seguir trabajando en la calle o para una galería. O para un museo.
-¿Es natural que un grafitero termine incursionando tanto en el espacio público como pintando cuadros?
-Eso es ya natural en todo el movimiento. Es algo establecido. Tan establecido que hay galerías que se dedican a los artistas que trabajan en la calle. Hay un mercado, hay coleccionistas, hay un circuito establecido, hay feria de artes dedicadas a los artistas callejeros.
-En los años sesenta Martha Minujin lanzó pollos desde un helicóptero a una cancha de fútbol de Montevideo. Después Nicolás García Uriburu coloreó las aguas de los canales de Venecia. ¿Qué tiene el movimiento grafitero en común con esos años?
-En Argentina todavía no está abierto el juego para los artistas que venimos de ese movimiento. Ocurre lo mismo en todo el continente, excepto Brasil. Un poquito en México. En el resto no. El mercado de arte es muy chico. Está todo más controlado y es más difícil ingresar. Le pasa a cualquiera, incluso a los artistas más tradicionales. Para los que venimos de un circuito contrario, es todavía más complicado. Por eso tanto para mí como para otros colegas nuestro circuito está en el extranjero. Me la paso más afuera que adentro. Me la paso yendo y viniendo, lo que no es bueno porque psicológicamente te destruye. Nunca terminas de establecerte en algún lado. Siempre tomé como base a Buenos Aires y desde ahí al extranjero. Pero, cada vez se me complica más. Sobre todo por una cuestión de distancia. Por eso Barcelona es mi lugar.