
Los primeros diez días de este gobierno han estado signados por la expresión visible de diferencias, más o menos importantes, dentro del partido de gobierno entre el accionar y las declaraciones de integrantes del elenco entrante y lo actuado por el gobierno que acaba de finalizar su gestión.
Los ejemplos son numerosos y suculentos. No refieren a asuntos menores, sino que, por el contrario, son reflejo de diferencias sustantivas tanto en el estilo de gobernar como en los contenidos concretos.
Las diferencias se han expresado particularmente en torno a la orientación de la política exterior, basta haber escuchado las referencias del Presidente Vázquez en su discurso de la noche del 1° de marzo, como las palabras del nuevo Canciller, Rodolfo Nin Novoa, al día siguiente en el acto de instalación de autoridades de ese ministerio. Además, y más sugestivo, vale mencionar la diferencia de postura ante el insulto de Nicolás Maduro al Vicepresidente Raúl Sendic, entre el gobierno actual que lógicamente llamó al Embajador de Venezuela para manifestar su desagrado y la opinión de José Mujica apoyando a Maduro y quitando entidad al insulto proferido.
Otro campo de discrepancias se construye en torno a las funciones del FONDES y su utilidad para apoyar a las empresas autogestionarias. El modelo impulsado durante el gobierno de Mujica se modifica sustancialmente en el texto del proyecto de ley enviado al Parlamento, lo que ha generado inmediatas reacciones negativas de los allegados al expresidente.
Podríamos abundar, porque más allá de una supuesta convergencia de opiniones primarias sobre la posibilidad de frenar la financiación de la obra, la postura de fondo frente a la construcción del ANTEL Arena no parece ser tan consensual como parece.
Ahora bien, ¿corresponde concluir entonces que las diferencias políticas entre uno y otro sector del Frente Amplio serán de tal magnitud que generarán dificultades imposibles de administrar? Razonablemente no. Hasta ahora el Frente Amplio ha demostrado una enorme capacidad para alcanzar (a la corta o a la larga) acuerdos o transacciones que les ha permitido atravesar los asuntos y los temas sin un final traumático o rupturista.
Decía hace ya unos cuantos años el Dr. Ignacio De Posadas, agudo crítico de la actividad política, sostuvo que “no existe pegamento más fuerte en un partido que el olor al poder”. Lo decía en términos generales y no aplicado al caso referido, pero no hay duda que la referencia bien vale.
Por otra parte, los dos líderes, el Presidente y el expresidente, se conocen mucho y tienen larga experiencia sobre arbitrar sus diferencias.
¿Esto significa entonces que las distancias observadas en diez días, y las numerosas que habrán de venir, son totalmente inocuas o artificiales? Para nada, no existen dudas de que las orientaciones de fondo que animan a uno y otro de los sectores del Frente Amplio, son auténticas y reflejan miradas diferentes sobre el futuro del país y, también, por qué no decirlo, sobre la importancia del respeto a la institucionalidad y las reglas de juego.
La existencia de, al menos, dos formas de ser de izquierda resulta evidente, no sólo en nuestro país sino en todo el mundo, al punto de que estas definiciones no son patrimonio exclusivo del Frente Amplio, como hemos reivindicado nosotros, con fundamentos sobrados, desde hace ya bastante tiempo.
La historia política de la humanidad, ya desde comienzos del siglo XX, mostró la diferencia entre, al menos dos formas de actuación de los partidos y fuerzas políticas de izquierda.
Pero, hasta ahora, los dirigentes del Frente Amplio han encontrado fórmulas de zanjar o, más bien, postergar las diferencias evidentes.
Hay circunstancias que indican que las disyuntivas pendientes son más difíciles de eludir o resolver bajo la “lógica del abrazo”; para empezar porque los recursos disponibles serán más escasos y la posibilidad de arbitrar soluciones que conformen a unos y otros es menor, en la medida que no alcanza para “hacer A y al mismo tiempo hacer B”; pero también porque después de diez años de gobierno el avance en las decisiones angosta los caminos y obliga a tomar definiciones más estratégicas con valor de más largo aliento.
Sin embargo, por otro lado, el peso político electoral de quien no está al frente del Poder Ejecutivo ha aumentado, al punto de que probablemente represente cerca de dos tercios de la bancada del partido de gobierno. Por si quedaba alguna duda, todos registramos la frase de Mujica, cuando todavía era Presidente, de que contaba con treinta legisladores (contaba en ese número solo a los del MPP, sin sumar a los pertenecientes al famoso Grupo de los 8).
Por tanto, no nos engañemos. Las diferencias existen y no son “pavada”. Es más, a nuestro juicio, son decisivas para el futuro del país. Pero tampoco creamos que la existencia de esas diferencias, por sí solas, determinará una distancia inmanejable dentro del Frente Amplio.
La mayoría parlamentaria que el partido de gobierno retuvo lamentablemente en las pasadas elecciones potencia la solución de los acuerdos a pesar de todo.
Seguramente, esa tendencia al “clinch” entre unos y otros, priorizando la unidad interna por encima de todo, tendrá como consecuencia costos importantes para el país, en la medida que postergará o, incluso, cancelará oportunidades y decisiones claves para el futuro del país.
En muchos sentidos, estas tensiones divergentes nos hacen acordar a los “buenos tiempos” de blancos y colorados (me refiero a los tiempos anteriores a la dictadura) en donde se registraban diferencias de magnitud que ameritaban enfrentamientos muy fuertes que, sin embargo, a la hora de votar se amortiguaban debido al irresistible “olor al poder”.
En este cuadro de situación, no existe otra opción que alentar las alternativas más acordes a una transformación del país valiosa y positiva, señalando con claridad una disposición generosa a apoyar, sin duda, las iniciativas que se propongan en la dirección correcta. Pero sin “comerse la pastilla” sobre el viejo problema que parafraseando a Real de Azúa, consiste en “el impulso y su freno”.