
Los refranes, los dichos populares han sido y son aprendizajes empíricos al tiempo que expresión de antiguas o lejanas sabidurías. Tan lejanas, a veces, que el significado de algún término fue cambiando y con él el sentido de todo el dicho. También pudo haber ocurrido que la realidad social se haya transformado tanto que la apelación hecha a una costumbre, forma de vida o circunstancias, no encuentra su verdadero referente sino algo parecido… Si hoy escucháramos: “Años de nones, muchos montones”, nos costaría deducir que en él se encierra una alabanza al ahorro. Tal vez porque ese plural `nones´ no está usado con el actual sentido, ni pensamos en `montones´ como pilas de monedas. Los dichos tienen sus modas que responden a las sensibilidades sociales o a las costumbres de una época. En el Uruguay actual, pocos serán los que digan: “Quedó como hormiguero patiao”.
Sin embargo hoy, en nuestro país y para el Río de la Plata, está bastante activa la cita de un viejo refrán. En su forma menos antigua. “Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo.” Y en alguna más arcaica, que además, no habría caído en un dudoso error: “Cuando veas las bardas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”. En la primera se haría mención a la antiquísima costumbre de los barberos de aplacar con compresas húmedas el ardor en el rostro que provocaba la afeitada. La segunda, anterior y menos rebuscada, en tiempos de fincas rodeadas de vallas, hacía alusión a prevenir el fuego en la propia morada cuando ardía la del vecino. Muy diferentes en cuanto a sus referentes –un rostro o una cerca -, muy similares en cuanto a una conducta humana bastante individualista que sólo utiliza la desgraciada experiencia ajena como aprendizaje individual para extraer alguna ventaja para sí mismo.
Dejemos de lado la discusión sobre bardas y barbas. Pero agregaría que el texto más antiguo que recuerdo en el que se utiliza la palabra “bardas”, pertenece a Cervantes. Allá, por el Capítulo VIII de la Segunda Parte, cuando Don Quijote, que vive al máximo su quijotismo y cree que está por encontrar a Dulcinea, le dice a Sancho: “nada hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos de sus damas”. Sancho, con toda su astucia, le contesta que él también lo cree así. Pero que tiene “por dificultoso que vuesa merced pueda hablarla ni verse con ella en parte, a lo menos, que pueda recibir su bendición si ya no se la echa desde las bardas del corral, por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta en donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuesa merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena.”
“¿Bardas de corral se te antojaron aquellas, Sancho –dijo Don Quijote- adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían ser sino galerías o corredores o como las llaman, de ricos y reales palacios.”
“Todo pudo ser respondió Sancho-, pero a mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.”
“Con todo eso vamos allá, Sancho -replicó Don Quijote -; que como yo la vea, eso se me da que sea por bardas que por ventanas, o por resquicios o verjas de jardines; que cualquier rayo que del sol de su belleza llegue a mis ojos, alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón de modo que quede único y sin igual en la discreción y en la valentía.”
Actualmente, en nuestros medios de comunicación, la palabra `bardas´ solo se utiliza en referencia al mencionado refrán. Mejor dicho, como forma de discutir si lo que se quema son ellas o las barbas. Pero, a su vez, el refrán es recordado de forma siempre introductoria de alguna espantosa premonición que, casi siempre, tiene que ver con las catástrofes económicas que se le vienen a nuestro país en seguimiento de lo que le está pasando a nuestro vecino, Argentina, el malo que se ha rebelado contra los grandes especuladores mundiales.
En cualquier caso, mejor seguir a Don Quijote, que no ve las bardas ardiendo sino brillando. Con el brillo interior que trasmite Dulcinea a su corazón. El anuncio, el aviso, que es un llamado, no proviene del incendio de las toscas bardas. No es de ellas que se espera, sino de lo que protegen, aunque sea toscamente. Por el llamado de Dulcinea a su corazón, trasmitido por esas luces y fuegos, Don Quijote será único y sin igual en la discreción y en la valentía. No deberá temer segundas partes ni su entendimiento y corazón dejarán de captar el mejor mensaje posible que podría decirse así: Cuando veas arder las bardas o las barbas de tu vecino, además de aprender en provecho propio, ayúdalo.