La vida está llena de contraposiciones. Lo bueno y lo malo, la tristeza y la alegría, lo moral y lo inmoral y así, miles. Pero hay una que inunda la cotidianidad y traza una línea donde cada uno elige donde pararse: la esperanza y el pesimismo. Todos tenemos un amigo que irradia optimismo (aún a veces contra la realidad misma) y otros que son el “contra”, como aquel personaje de Calabró.
Me gusta creer que lo mejor siempre está por venir, pensar que cuando conozco una persona es presumiblemente buena, que los daños no se causan únicamente por mala fe, y así en un sinfín de pequeñas grandes cosas. Por eso estoy convencido que lo verdaderamente revolucionario es la esperanza, y el optimismo es el mejor acto de rebeldía. Pero no todo el mundo piensa así, y es respetable aunque no compartible ni entendible. Parece que para algunos la desazón es una herramienta de militancia y la “contra” una filosofía de vida.
Parecería ser más sencillo adoptar una actitud cínica, como dice Rutger Bregman, quien desarrolla una línea argumental brillante que da herramientas formales, racionales, científicas y empíricas para quienes tienen una visión optimista de la vida y el ser humano.
Dice este brillante autor en su libro “Dignos de ser humanos” algo que nos va a sonar familiar: “El erudito que proclama la depravación humana puede predecir lo que quiera, porque no hace falta que sus profecías se cumplan ahora. El mal siempre puede estar a la vuelta de la esquina. Y, si sus predicciones no se cumplen, se arrogarán igualmente la razón argumentando que sus advertencias han prevenido lo peor. Los profetas del apocalipsis siempre suenan muy profundos”. Suena conocido, ¿no?
Convengamos que los uruguayos (como generalidad y con toda la falta de rigurosidad que ello implica) no somos un manantial de optimismo, alegría y regocijo. Hay una tendencia casi implícita al gris en muchos orientales, que prefieren contestar “ahí vamos, tirando” a decir “me va bien” (aún cuando efectivamente sea así). Pareciera que a veces da culpa el éxito, que da pudor el crecimiento, y se tiende a relativizarlo o a minimizarlo. No es soberbia el realismo.
Acompañando esto aparece la crítica al que le va bien con el popular “andá a saber como llegó a eso” o el castigo implacable del “en algo andará”. No puede faltar en ese cocktail de negatividad el “algo habrá hecho para que le pase eso”, como si hubiera una relación lineal y directa entre los hechos negativos y su merecimiento.
Y la Política con sus actores son una representación de la realidad social y cultural de un lugar y su tiempo. No son extraterrestres (algunos pueden parecerlo, pero no lo son) sino la expresión de lo que somos.
Ahora, hay casos en lo sque esa actitud “contra” y “negativa” se hace dogma. El Frente Amplio y el Pit-Cnt saben de esto, y mucho.
Primero estaban (allá por noviembre de 2019) en contra de una Ley de Urgente Consideración que un eventual gobierno de la coalición implementaría con los grandes temas que en la misma campaña se anunciaron. Estaban en contra, por las dudas. No sabían cómo sería la implementación específica de esas políticas ni sus repercusiones, pero estaban en contra, para variar.
Como nunca llegó el Apocalipsis de la mano de la LUC, el leitmotiv pasó a ser que están en contra de lo que ella representa (así como suena, están en contra de una abstracción). Empezaron una recolección de firmas para forzar un Referéndum que se dará el 27 de marzo, y parece ser que quieren derogarla ahora ya no solo por lo que tiene sino porque si queda firme, según los inclaudicables agoreros del mal, ese triunfo del gobierno abriría las puertas a una serie de acciones, a una agenda política y de reformas con las cuales (también) están en contra. Es decir, están en contra por las dudas, están en contra desde la especulación, la imaginación o la clarividencia, porque nadie sabe de qué hablan en concreto.
Es un poco aquella reflexión de Eduardo Galeano, que debe haber hecho mella en su concepción política cuando decía “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
El tema es que la utopía romántica es una cosa, y el palo en la rueda generando alarma de calamidades que nunca llegan es otra. El estar en contra sirve, entonces, para eso: para estar en contra. Y no es un juego de palabras que evidencie una actitud caprichosa. ¡Ingenuo el que lo crea!. Es una actitud consciente, racional y sobre todo militante. Militar la oposición es eso para estos actores, la lógica del desgaste, de la gota en la piedra.
Cuando la realidad confabula contra el relato político del Frente Amplio y el Pit-Cnt, prefieren llevar la discusión a uno de los campos donde su historia les ha dado más entrenamiento y más de un triunfo: el del miedo.
Cuando la realidad dicta en una semana con dos situaciones distintas (una aberrante violación grupal y la detención de Schiappacasse) que la LUC es una buena herramienta, entendieron (y se nota de la mano de su nuevo “estratega” de campaña) que el camino es el de no poner el foco en algo que la realidad posiciona como bueno, sino en las consecuencias eventuales de una pulseada electotal contra el gobierno. Es la estrategia de la mentira, es correr el foco de lugar, tienen derecho a hacerlo como parte del juego político, pero no deja de ser un juego de la mosqueta un poco más elaborado.
En definitiva es como decía Bregman sobre los profetas del apocalipsis. Apuntan a eso que los psicólogos llaman el “sesgo de negatividad” del ser humano, que es más sensible a lo negativo que a lo positivo, arrastrado durante cientos de miles de años, donde por supervivencia era mejor temer que confiar. El exceso de miedo no mataba, pero el exceso de confianza si.
Veremos proximamente quién gana y qué gana. En un mundo donde la verdad aflora cada día con más facilidad, veremos si triunfa la esperanza y el optimismo o el pesimismo y el miedo. Me juego unos boletos a los primeros.
Publicada originalmente en el diario El País