“Dos de noviembre, Día de Muertos en México”, por Víctor Manuel Barceló R.*

"La fiesta del Día de Muertos es una referencia constante en campos tan diversos como la danza, la lírica, artesanía y la narrativa popular, manteniéndose y fortaleciéndose a través del tiempo"

Nuestro insigne escritor, Octavio Paz, de quien se están cumpliendo 100 años de su natalicio, en su fundamental obra, El Laberinto de la Soledad, señala que ¨el culto a la vida sí de verdad es profundo y total es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida¨.
Paz conocía profundamente esa ¨Obra maestra del patrimonio oral e intangible De México¨ así considerado por la UNESCO y que corresponde a las festividades del Día de Muertos. Sin duda hay diferencias importantes en las culturas que emergieron en México mucho antes de la llegada de la invasión-conquista española. Sin embargo, esos pueblos originarios comparten la historia de dos tradiciones que se amalgamaron en el siglo XVI, cuando la expansión comandada por españoles hizo presencia en nuestras tierras, socavando a nuestra gente e intentando acallar sus conciencias que aún siguen manteniendo vigentes a culturas extraordinarias.
El Día de Muertos, sus fiestas coloridas y plenas de expresiones artísticas, es efecto de la yuxtaposición de rasgos de la cultura europea a las diversas expresiones culturales de México. Tales circunstancias llevan a la creación de manifestaciones en todos los terrenos del arte, mismas que constituyen una arquitectura simbólica y ritual, con extraordinarias obras plásticas, cientos de objetos artesanales que se multiplican y desarrollan a través de los tiempos y muestras del arte efímero, como las calaveras de azúcar, los papeles picados y otros, que se producen en las distintas regiones indígenas.

Músicos, pintores y poetas mexicanos generan en los últimos siglos, infinidad de obras de singular valía que van, desde el arte gráfico de José Guadalupe Posadas y su singular ¨Catrina¨ -expresión multi repetida y escenificada con ropajes muy singulares-, hasta la literatura con Octavio Paz y en la poesía José Gorostiza y varios más, que muestran que la fiesta del Día de Muertos es una referencia constante en campos tan diversos como la danza, la lírica, artesanía y la narrativa popular, manteniéndose y fortaleciéndose a través del tiempo, como uno de los testimonios costumbristas que cubren el territorio mexicano con vigor y dinamismo excepcionales.

En el completo trabajo que CONACULTA editó en 2005 “La festividad indígena dedicada a los muertos en México” nos recuerda que el maestro Guillermo Bonfil, ese extraordinario etnólogo, antropólogo y escritor mexicano, considera que la fiesta del Día de Muertos es la expresión más definida y revela con mayor claridad que otras, los principios básicos de un patrimonio cultural intangible. En la imaginación colectiva, estas celebraciones anuales a los muertos son un momento privilegiado del encuentro de los indígenas -podría decirse de todos los mexicanos- con sus antepasados, mismas que llevan a eventos ceremoniales entre grupos, al interior de las familias y las comunidades; todos allí encontramos un relacionamiento intenso en torno a un culto compartido. Por ejemplo, en las comunidades indígenas de Guerrero, Oaxaca, Chiapas y otras, que pasan durante este tiempo del crecimiento de la siembra a la cosecha del maíz -cereal que desde la época prehispánica es su principal fuente de alimentación- es costumbre que allí adquiera la fiesta del Día de Muertos, características de Festival de la Cosecha, al compartir con los ancestros el resultado de los primeros frutos del trabajo de las familias y los pueblos.
Todo ello fortalece una idea integrada a la cosmovisión de las culturas ancestrales, que consideran principios profundos de reciprocidad entre los hombres y sus antepasados, dando sentido a las ofrendas del Día de Muertos, de una retribución simbólica. Así se entiende el intenso relacionamiento entre la vida y la muerte, entre los vivos y los que ya se fueron, dentro de estas extraordinarias culturas, que se intenta destruir por siglos, pero que allí están mostrando su potencial, su fuerza, sus elementos espirituales para ser parte fundamental de la identidad nacional.

Realizar las tareas de armar ofrendas a los muertos en la embajada de México en el Uruguay, por cierto en dos sitios: el recinto cultural de la embajada y la residencia de México, nos lleva a presentar expresiones distintas que confluyen en el mismo fin: otorgar un reconocimiento amplio, pleno a los pueblos indígenas, creadores al final de cuentas, de tan importante festividad nacional y mostrarlo a los paisanos avecindados en este hermoso y carismático país, a los amigos que nos siguen en las redes, como testimonio de las cordiales y crecientes relaciones entre Uruguay y México, que son efectivas desde que las dos naciones accedimos a la independencia en el siglo XIX.

En la práctica, la conformación de una ofrenda a los muertos, se sustenta en diversos factores: ¿para qué antepasados -personajes familiares, escritores, pintores, artistas en general, se ofrecerá la ofrenda, con la calidez y reconocimiento correspondientes a sus trayectorias? Qué elementos requerimos para su conformación, siendo los objetos principales: flores, velas, luces, gastronomía, objetos rutinarios del o los honrados, preparación de alimentos para los visitantes de la población y familiares que acuden a honrarlos. Con todos esos elementos y otros que van surgiendo en la imaginería popular, se realiza el evento del Dia de Muertos, en los hogares y los panteones de las comunidades. ¡Festejo por la Vida! ¡Honra por la Muerte!.

*Embajador de México en Uruguay